sábado, 8 de junio de 2013

Casa de muñecas



Por William E. Fleming.
(basado en «Ojos rojos»)

1
Pasaba todos los domingos de descanso fuera de mi casa todo el día. Iba de un lado al otro viendo la gente pasar, jugando en el parque… La verdad es que estar todo el tiempo en mi casa, por el trabajo de diseño, me había convertido en una persona que disfrutaba los domingos con la apenas interactuación de la gente. Me sentía con mi ojo analítico como un científico mirando un laberinto lleno de ratones o un aburrido Dios en su día de descanso.
En uno de aquellos paseos, llegué hasta aquellos mercadillos que la gente saca fuera de las casas, para poder vender todo lo que tienen. La casa colonial en cuyo jardín reposaban todos los trastos y cosas para vender era una excelente vivienda de principios de siglo. Pocas de esas casas debían seguir en pie desde hace tantos años. Magníficamente cuidada y en perfecto estado de conservación. Viendo todo lo que ponían a la vente auguré que sería una mudanza o un intento de pagar la hipoteca.
Empezando a curiosear di con una preciosa casa de muñecas de estilo colonial. Era increíble como los detalles tan perfectos en sí, hacían que el valor de aquella pieza fuera incalculable. «Disculpe, por cuánto vende este casita» le dije a la joven que vigilaba y cobraba a la gente. Su rostro risueño se tornó triste y asustadizo cuando señalé el objeto. «No está en venta» dijo una mujer mayor supongo la madre. «¿Qué van a hacer con ella?  —pregunté curioso—. «Vamos a quemarla después de vender todo —dijo sin inmutarse acariciando el hombro de su hija. Ante la negativa a su venta rebusqué entre los trastos de la familia sin apartar los ojos de aquella obra maestra. Siempre me habían fascinado las obras hechas en madera, para mí eran como los antiguos diseñadores. Mientras estuvieron ocupadas las dos mujeres con otras personas, sin poder esperar más, cargué sobre el hombro la casa y dejé algunos billetes, mucho más de su supuesto valor en la misma zona donde esta reposaba.       

2
Ya en mi casa, comprobé la total semejanza de la casita con la misma imagen a escala. Era increíble cómo la maqueta era tan exacta que los personajes volcados por las habitaciones se parecían en exceso entre ellos. O al menos eso creía. Las figuras eran muy sencillas, casi como bolos de bolera a pequeña escala. O esas muñecas rusas, matrioskas. Unas portaban unos pequeños brazos anclados con tubillones pequeñitos o unos clips de madera semejantes a chinchetas doradas. Pero el arte con el cual estaban dibujadas, a mano suponía, era increíble. Una pequeña familia en aquellos muros de pizarra y madera. Diferentes tanto en tamaño, como forma y dibujo. Una anciana con el pelo grisáceo y una leve sonrisa en los labios, reposaba en el suelo de la cocina. La joven de cabello moreno estaba tumbada con la misma sonrisa de satisfacción, sobre una cama en una de las habitaciones. Había una sección que hacía de sótano por los utensilios y el dibujo de ladrillos grises de las paredes. Ahí se encontraba otra de las figuras adultas pero el rostro parecía avejentado, sucio y el tiempo borró casi todo el dibujo. Era curioso cómo las otras figuritas estaban en perfecto estado pero esa precisamente casi era imposible de reconocer. Una expresión triste había sido pintada y su ropa roída, rota, sucia y manchada por pintura. Suponía que era el padre o un personaje masculino, pues vestía un gran peto tejano y apenas se podía leer su nombre en la solapa. Le coloqué un sombrerito de paja que encontré en el sótano cerca de una pala de cavar partida; y este casi me lo agradeció tras ese rostro medio borrado.

Buscando en cada estancia, me topé con una que me dejó ensimismado. Comprendía un pequeño dormitorio, una cómoda, una cama y un espejo con algún objeto más. La precisión era calculadamente endiablada. La habitación tenía un tono oscuro, y el charco rojo, de sangre coagulada, delimitada por una cinta blanca con la silueta de un hombre; no era la que hacía que mis huesos crujieran de miedo. La sensación la producía una de aquellos muñequitos, con el rostro exacto de la joven que miró la casa con miedo en el mercadillo. Pero en su rostro pintado no estaba dibujado nada más que la malicia y el asesinato. Llevaba sobre la mano, alzándolo cual espada de Damocles, un cuchillo hecho de papel de aluminio. Tuve que cerrar esa sección, pues la sensación iba en aumento, mientras no dejaba de apartar la mirada de esos ojos dibujados con tétrica sonrisa de satisfacción.
Investigar sobre la casa me resultó difícil. Parecía que había sido hecha completamente a mano sin ningún tipo de patrón de ninguna otra casita. Salvo porque era la misma imagen perfecta de la casa más grande de sus anteriores dueños; no podría encontrar un punto de partida. Tomé la decisión de hacer algunas fotografías y enseñárselas a colegas; pero curiosamente todas aparecían veladas o con alguna imperfección que hacía por completo imposible la identificación del objeto. La búsqueda por internet me deparó infructuosos resultados; por tanto, me tenté a desarmar con extrema delicadeza las piezas. Su configuración era estrambótica y muy rara. Casi como si fuera un rompecabezas que encajaba de una forma y un orden predeterminado. No fue hasta que me topé con las partes interiores, cuando mis descubrimientos fueron importantes. Tenía rubricados con sellos de caucho algunos emblemas, supongo del dueño: el dibujo de una pequeña puerta con una especie de humo, formas de zarcillos viscosos, semejantes a tentáculos en sus configuración y movimiento pensaba; pero ningún rastro más. No había nombre del fabricante, ni modelo, ni siquiera algún tipo de información en cuanto a contactar para reposición de piezas… Utilicé mi teléfono móvil para hacer una fotografía al emblema y poder enseñárselo a algún experto que pudiera decirme algo sobre la obra. El sonido del falso obturador dejó plasmada la fotografía pero era demasiado insólito, por no decir imposible, que no apareciera ningún rastro de la puerta. «Esto es muy extraño —pensé—. ¿Cómo es posible que no pueda retratarse?» La incredulidad humana nos llega a lanzar fogonazos de locura; por ello, fotografié aquella cosa una infinitud de veces; tantas, que hasta creí que las figuras que reposaban en las habitaciones, levantaban sus brazos ante el continuo sometimiento a los fogonazos del flash. Avatares del destino o simple suerte, en una de las innumerables fotos aquel símbolo fue registrado. Sonriendo ante la batalla contra un Goliat por fin vencido, dejé todas las partes cercanas y me preparé para salir. El monstruo quedaría desfigurado y desmembrado, hasta que tuviera más tiempo y paciencia, para rearmar aquel rompecabezas infantil.
Mi error fue no percatarme cómo una de aquellas figuras de madera, se balanceaba por efecto de mi alegría, tirada en el suelo de la casa y su rostro tornaba, en cada balanceo, su expresión a un imposible grito de miedo.

3
El autobús me dejó cerca de la calle del viejo oeste, era por la mañana y la poca gente que había en las inmediaciones, no era molestada por el canto de los pájaros de camino a las escuelas de sus hijos o los trabajos.
Quizás fuera demasiado pronto visitar a «el Topo» como llamábamos a Paul, un viejo marchante de antigüedades; seguro que estaba ya en pie a pesar de haberse pasado toda una noche investigando, cualesquiera de aquellas cosas que tuvieran acumulando polvo en su tienda del entrepiso de aquel barrio residencial.
La campanilla tildó la soledad de la mañana con el sonido viejo de los nuevos clientes. Aquel sitio no había cambiado nada. Las estanterías seguían repletas de polvo y algún que otro libro nuevo de tapas ancianas. Las lámparas creaban sombras monstruosas que se colaban entre los libros. Un laberinto de ancianidad, atemporalidad y pasado.
Desde la lejanía se veía la figura del viejo Paul leyendo bajo sus gafas, los lomos de algunos libros a la pálida luz, y sin conseguirlo bañándolos en el halo del fuerte foco de la lámpara cercana. Con el sonido de la campana levantó los ojos y me vio avanzando entre los muros de libros para aparecer desde la oscuridad.
—Oh, pero si es el hijo pródigo, sí, sí, sí. —Su sonrisa se dilató en su rostro. El cabello plateado en una pequeña melena, aquel lazo negro como una vieja pajarita y las manos sobre las solapas de la chaqueta… eran la perfecta visión del pasado lejano. Para él parecía no pasar el tiempo y convertirse poco a poco en una imagen fija como las portadas de los libros o los espejos ocultos tras telas. En el pequeño local, seguro que en algún lado tendría un cuadro de su rostro que envejecía cadavérico.
—¿Cómo estás viejo zorro?
—Mis ojos ya no son lo que eran —Deslizó el puente de las gafas, redondas de carey amarillo y marrón, hacia arriba de la punta de la nariz.
—Ahora sí que aquel… —Dudé unos segundos si confesarlo—, epíteto te viene como anillo al dedo —sonreí.
—Bueno, amigo. ¿Y qué es lo que te trae a mis humildes terrenos?
—Tengo algo que enseñarte. —Saqué el teléfono y busqué las diversas fotografías que hice a la casa—. Hace unos días, encontré esta preciosidad en una venta de garaje, en el distrito norte. Me resultó curioso que fuera una copia a escala exacta de la casa donde me la… —tosí—, vendieron. Lo interesante es este dibujo que tiene. —A continuación le enseñé la única foto donde aparecía la puerta. Antes, apenas prestaba atención a las imágenes que iban pasando pero al llegar a esta, dejó de apilar diversos tomos cerca de sí y agarró casi con avaricia la pantalla del teléfono.
—¡Qué interesante! Parece algún tipo de símbolo arcano.
—Sí. Pero, ¿por qué tiene que estar en una casita de muñecas? Es más, encontré unas extrañas figuras, y situaciones algo muy en disonancia con lo que debería de haber en estos juguetes.
—Mmm interesante. Sí, sí, sí —Se colocó las manos en la solapa y apretó levemente los labios mientras pasaba la mirada sobre algo lejano, en actitud pensativa.                                   
—Venía con algunas figuritas corrientes, pero otras eran muy extrañas. Encontré en una de las habitaciones una escena de un asesinato. Podrías investigar qué es ese símbolo y sobre todo por qué esa escena estaba morbosamente marcada. He intentado encontrar algo pero me ha sido harto imposible.
»Me resultó todavía más curioso la imposibilidad para poder fotografiar el símbolo. Después de varios intentos y casi cuando desistí me encuentro en una de las fotografías el emblema.
Paul murmuró mientras apuntaba rápidamente alguna cosa, esperaba que me estuviera oyendo, sin apenas hacer caso a mis explicaciones.
—¿Y qué era esa escena que había en una de las habitaciones?
—Muy extraño la verdad. Era un asesinato. Un charco rojizo estaba delimitado por cinta blanca en forma de silueta y uno de los muñequitos, que se parecía a la joven que me la «vendió», sonreía con malicia mientras sujetaba un cuchillito.
—Alguna especie de representación tétrica, como un diorama o algo así supongo.
—Dé… dé…. déjame ver de nuevo ese sello. —Lo decía como si ya tuviera miles de pensamientos en la cabeza y le fuera muy difícil hablar por tener que centrarse en alguno de ellos—. Como al parecer según dices, no puede ser captado por ningún tipo de dispositivo creo que… —Sacó un lapicero y empezó a dibujar lo que estaba viendo en la imagen del teléfono. Siempre fue muy diestro con aquel arte y recuerdo tener algún dibujo de estilo Davinciano, de una caja dorada y negra que era más un puzzle, como los rompecabezas chinos.
Con esos pensamientos le dejé inmiscuirse dentro de esa curiosa historia.
—Podrías llamarme cuando tuvieras algo, Paul…
Con un simple murmullo mientras terminaba el boceto, me volvió el teléfono y se ocultó entre las filas de libros del fondo. La oscuridad le engulló como si nunca fuera a salir de ella. Yo dejé una de mis tarjetas con el teléfono en la repisa en espera de alguna noticia fructífera.

4
Me despierto y todo a mí alrededor se torna lento, es como si yo me moviera tan veloz, que mi mundo fuera a cámara lenta o me faltara tiempo para asimilar lo que hay en la habitación. Sé que el tiempo fluye tan despacio porque la aguja del reloj tarda en recorrer cinco segundos o escucho la risa de mis hijos, alargada y ronca. El agua del grifo del baño cae en una cascada de gotas o una gran trenza plateada. Parpadeo muy despacio ante el espejo, pero mi mente puede procesarlo a una velocidad normal.
Espero al siguiente parpadeo. Es cuando la veo. Su reflejo. Mi hija no estaba riendo sino gritaba con extremo horror en su rostro. Se mueve tan despacio con el cuchillo en su mano; en aquella realidad veo su rostro casi petrificado con el terror del placer por el asesinato.
Mis manos están rojas, la trenza de plata deja un lago carmesí en el nácar del lavabo.
Despierto.


Mis ojos estaban rojos, sentía mi cuerpo mutilado por las pesadillas y el dolor del no descansar. En la oscuridad del salón vi el reflejo de la noche en los tejados pizarra de la pequeña casita, que reposaba en una parte de la habitación como una señal de advertencia antes de pisar un puente viejo y peligroso. Mis ojos inquirieron en cada una de sus formas y materiales. Preguntaba sobre su constructor y aquel juego grotesco de escenas que cada noche estaba empezando a ver. Las pesadillas calumniaban a mi razón; a veces incluso llegué a imaginarme a mí mismo como una de aquellas figuras de madera, anclado en un rictus tétrico, mientras la joven rubia me acuchillaba ante mi imposibilidad de defensa, porque no tenía brazos.
Cobijado por la noche y el insomnio. Ensimismado por aquella cosa, sentí el imperioso deseo de retratarla. Mis manos deslizaron el carboncillo sobre el boceto rápido y una total ola de inspiración, rasgaron las horas del anochecer. No fue, salvo al despuntar el día, cuando desperté sucio de negro carbón dolorido sobre una silla. En el suelo, reposaba multitud de imágenes que había dibujado, sin mi consentimiento o recuerdo de todas ellas. Dibujos a carboncillo de la casa; apenas uso de colores, salvo por tonos rojizos entre las ventanas de figuras horrendas y amorfas. Siluetas, donde se adivinaban formas humanas, difuminadas saliendo desde la tierra o en el aire. Grotescas formas que rompían el aire semejantes a vaginas o rasgaduras por las cuales, al mirarlas, sentía la locura, putridez o la infestación de la sinrazón. Sin poder ocultar mi horror una simple palabra se abrió camino por mi garganta, con sabor a miedo, bilis y olor a carne muerta: Shaazar.

5
—Deberías haberles recogido hace unos días.
—Lo siento. Pero el coche se me averió el otro día y me estoy desplazando en transporte público, he tenido algo entre manos últimamente.
Ella era mi ex mujer, compartíamos la custodia de nuestros hijos después de tener una vida en común y resquebrajarse nuestro amor por culpa de mi trabajo. Bueno mi anterior trabajo con Paul.
—Tienes mal aspecto. ¿Te encuentras bien? Si no lo estás puedes dejar a los niños aquí; otro día pueden pasar contigo el día incluso todo un fin de semana. —Me acarició la mejilla de una forma sentimental. Me hizo recordarla en tiempos pretéritos y añorar un poco aquella época.
—No te preocupes, son algunas pesadillas. Últimamente siento que no duermo bien. Demasiadas horas en el ordenador supongo.
Siendo tan veloz como unos torpedos desde un submarino, dos pequeñas personitas se abalanzaron sobre mí entre gritos de alegría y «Ya está aquí papá».
—¿Verdad que vas a venir a mi cumpleaños, papá? —Me preguntó la chiquilla rubia cuando la dejé en el suelo. Me agaché en cuclillas hasta el nivel de su visión y la toqué la nariz—: No pienso perdérmelo por nada del mundo, cacahuete. Idos preparando venga que os voy a llevar a un lugar especial.
La niña se alejó seguida de su hermano mientras este le replicaba sacándole la lengua que no tenía razón sobre las acusaciones del chico ante mi ausencia dentro de unos días.
—De verdad vas a poder estar dentro de unos días en su cumpleaños. —Su expresión se tornaba inconsistente. Apenas podía creer cada una de mis palabras.
—Hasta le encontré un regalo perfecto hace unos días.
Su sonrisa era más una pegatina falsa pegada en su rostro que un verdadero movimiento de los músculos. Las dos flechas se lanzaron sobre la puerta entre gritos de conquista. Y así, al menos por unas horas, podría olvidarme del horror de aquella casa en mi mente. Al menos lo creía de tal manera.

6
Sentía frío. La oscuridad me traía dolor, miedo. No sabía dónde me encontraba. Cada lanzada de los rayos por el oscuro cielo, como gigantescos flashes, traían imágenes en negativo de todo a mí alrededor. Un bosque. Creo que llevaba horas vagando por cada camino de barro, topándome con los brazos de las ramas de los pinos, árboles o vegetación que intentaba agarrarme, pegarme o secuestrarme. A veces, sentía que cada vez que me intentaban coger era la misma imagen cuando la policía no deja que puedas acceder a la escena de un crimen: el crimen de tu propia esposa. Para ayudarte a que esa imagen no se perle como un diamante permanente en la retina de tu ojo. Pero aquí no ocurre. Me dejan vagar incansablemente por cada camino de tierra; mis pies pesan más al llenarse de barro como enorme botas de hierro. Hasta llegar a un claro. Llueve, con mucha fuerza. Las gotas casi son granizo y laceran mi piel. Mi ropa se agujerea. Un rayo cae cerca y destroza un árbol cercano que cae como un proscrito en la horca. Su tronco es enorme. Gigantesco, casi puedo querer abrazarlo pero no llego con todo mi cuerpo. Miro sus ramas caídas, tirado muerto como un cadáver sin ropa. Y en un parpadeo sobre su tronco la casita de muñecas. Siento miedo. Dolor. Algo me ha dado en mi espalda, creyendo que es otro golpe más de una rama me toco la zona dolorida y mis dedos se tiznan de rojo. Ahora siento la sangre correr por mis nalgas y mis muslos. Me doy la vuelta y una chiquilla sin rostro me apuñala tres veces en el estómago. Deja de llover en el momento justo en que agarro mis intestinos y de rodillas sobre el suelo, los levanto mientras su sangre mezclada con la lluvia corre por mis brazos. Mi cara sonríe. SONRÍO en un grito agónico de locura mientras a mi alrededor el bosque tiembla con siseo maléfico: Shhh.


Desperté casi sin saber que estaba fuera de aquella pesadilla. La noche volvía a cobijar mi escepticismo y miedo producido por aquellas imágenes, que reptaban por mi mente y se iban muriendo, secando cual viejo sueño o unas gotas de rocío al sol de la mañana. No comprendía qué estaba pasando. Al cerrar los ojos me despertaba en un mundo que al abrirlos era de temores y horrores; todo parecía encerrarse en un ovillo perdido. Me sentía poseído por algo que ni podía comprender ni ponerle nombre.
Aquel caos mental me descolocaba y convertía en una masa amorfa y atemporal, perdiendo mi cordura y no saber ni quién era yo mismo.
Con pensamientos descolocados, salté de la cama para refrescarme ante el espejo del baño. No pude con la tenue luz azul eléctrica del foco, dejar de pensar en aquel sueño, donde me miraba desintonizado y diferente de mí mismo, como si estuviera más allá del espejo.
En el salón aquella cosa maléfica, podía sentir cómo me llamaba, permanecía quieta como un dragón durmiente en espera de un intrépido caballero en busca de las riquezas que custodia. Despacio, volví a inmiscuirme en cada habitación buscando algo maléfico, una especie de pacto tácito por el cual, ahora, estuviera cayendo por un agujero, directo al infierno sin haberlo sabido. Cada habitación se encontraba como aquella primera vez. Me obligaba a ver aquello que no existía dando poder a algo que no podía tenerlo; no era más que los juegos de la adolescente rubia para con el juguete preferido de su infancia y como en aquella etapa de ir contra el mundo. Luchaba contra el pasado feliz en un intento de comprender su futuro. Jóvenes que de pronto se comportaban despóticamente o tiraban aquellos viejos juguetes porque ya se hacían mayores y rebeldes. Simplemente una joven que usó macabramente la casa como patio de juegos. Sonreí y me acaricié la mandíbula comprendiendo o inquiriéndome a comprender que todo eran psicosomatizaciones mías. Nada pasaba. Congraciándome con este pensamiento, fui directo a la nevera para beber un poco de agua, brindar por encontrar una solución factible a todo este caos que había llegado a mi vida. Sabía que mi expresión había cambiado.
La luz del frigorífico se posó en mi retina en busca de algo para comer, pues sentí mi estómago vacío. Mis ojos buscaban los restos de algún alimento que me sirviera para calmar el hambre. No me percaté de la luz que se iluminó detrás de mí. La habitación del asesinato de la casita, se encendió como un faro en la misma noche. En el silencio, escuché moverse algo. Esto me puso en guardia y raudo cerré el refrigerador. Volteé mi cuerpo para mirar a la casita y encontrar la oscuridad del fondo del salón. Volví a enfrascarme en las cosas que saqué pero el sonido se escuchó, como si en las sombras un ente, se moviera despacio para no ser aprehendido, cobijado por la oscuridad. Alcé los ojos y el sonido cesó. Mis pesquisas visuales resultaron infructuosas, cuanto más intentaba encontrar desde la distancia la procedencia, este se apagaba. Por la forma parecía como si dos bolos de bolera estuvieran abrazándose en la oscuridad. Oía madera moverse. Lo único que podía pensar era en la imposibilidad de que aquellas piezas estuvieran moviéndose solitarias por cada habitación de esa casita. Un golpe, dos, tres golpes de madera y el sonido como si algo estuviera cayéndose por las escaleras.
Salí de la zona de la cocina para ser cobijado por la negrura como un penitente atravesando un punto de no retorno. La luz perdía su abrazo. Anduve despacio entre las siluetas más reconocibles a medida que mis ojos se adaptaban a la noche. Sentí un pinchazo en uno de mis pies, encendí la luz tenuemente para saber que era aquello que había pisado. Una de las figuritas de la casita estaba en el suelo medio aplastada en la moqueta. La recogí y la deslicé en mi mano. El monigote era distinto. Parecía el padre, aquel encontrado con el peto de jeans pero su rostro estaba cambiado; el dibujo era diferente. Un dibujo grotesco que semejaba a una cara sanguinolenta y acuchillada; una irreconocible masa de carne donde alguna vez tenia las formas de un rostro. Más sonidos, ahora sí pude identificar su procedencia, dentro de aquel juguete parecía haberse desatado algún tipo de lucha. El sonido de objetos cayéndose, rompiéndose, como una verdadera pelea en cada habitación; me produjo una sensación de un miedo longevo, guardado en cada ser humano. Cuando las cosas eran incomprensibles para uno, antes de intentar desear comprenderlas, las tememos. Esa sensación de extremo terror era lo que ahora, en la misma soledad de la noche, tenía por todo mí ser. Me asusté cuando la casa se iluminó, por primera vez para mí. Desde cada habitación una luz aparecía atravesada por sombras chinescas. Estas se movían y creaban escenas como un viejo zootropo. Horribles escenas de luchas y asesinatos.
Todo tal como apareció se fue. La calma de la noche reemplazó al caos, para hacerme creer que todavía seguía soñando. No podía comprender qué estaba pasando o si era un sueño mucho más vívido que aquellas pesadillas que estaba teniendo.
Mi curiosidad se fue cincelando y estalló cuando abrí las habitaciones. Todas estaban destruidas, los objetos rotos por el suelo… y las figuras. La del hombre adulto no era la única que había cambiado, todas a excepción de la joven rubia, pero esta, su expresión se convirtió el mismo rostro del infierno. El deseo de sangre, la locura del placer ante el asesinato. Los rostros y la ropa dibujada ahora eran diferentes en cada muñequito, con tintes demasiado similares a él y sus hijas. Qué locura estaba contemplando.
En un arranque de ira, con las figuras entre mis manos, mirando aquella otra de la sonrisa cadavérica de placer de la joven chiquilla rubia, sentí un odio visceral y decidí que todo acabaría en ese preciso instante. Recogí el cubo de los desperdicios debajo del fregadero y saqué la bolsa de la basura, en el interior del inmaculado bidón de aluminio, metí varios papeles y lancé las figuras a su interior mientras contemplaba aquella brujería. Cuando me dispuse a arrancar trozos de la casita pude contemplar el rostro de la muñeca, de nuevo había incomprensiblemente, cambiado a una expresión de temor y horror. Era gracioso cómo la boca dibujaba una enorme «O» oscura y seguía levantando aquel cuchillo de papel de aluminio. Sin inmutarme, introduje como pude la casa en el cubo y la rocié con alcohol. Abrí una caja de cerillas para ver las cabezas púrpura de la madera, arañé el lateral con una de estas; no fue hasta varios intentos después —como si la maldición de esa madera no dejara que terminara, cuando conseguí que la llama estallara. Deslicé la exclamación de madera encendida sobre aquella pira funeraria y contemplé sentado con las llamas refulgiendo en mi pupila. Seguro que parecía un megalómano con los dedos unidos por las yemas en una montaña sobre mis labios. Lo último que recuerdo es ver las llamas danzar antes de quedarme dormido de nuevo.

Era difícil despertarse y empezar el día con aquellos sueños tan vívidos. A pesar de ser unas terribles pesadillas, donde me despertaba nervioso y acongojado, sentía que el hacer estas acciones eran más propias del mismo sueño que de la vigilia. Cuando tenía aquellas elucubraciones creía estar de verdad en la realidad misma. Tal desconcierto me producía aquello. Pero qué más podría hacer yo si desconocía por entero las afecciones psicosomáticas que aquella cosa de madera estaba haciendo con mi psique y mi vida.
Esperaba que el acabar con todo, mi vida volviera a ser lo que antaño era. Lo veía tan lejano: esas mañanas de sol, empezando a trabajar en mi estudio y los fines de semana desconectando de aquel trabajo tan sedentario.
Escuché movimiento fuera de la habitación. ¿Un momento, cómo he llegado hasta aquí? Me calmé al abrir la puerta y escuchar la risa de Elizabeth. Su madre los debía de haber traído más tempano. En la cocina, los chicos se empezaban a preparar el desayuno.
—¿Dónde está vuestra madre?
—Ha salido a tirar la basura, decía que eres muy guarro. —El chico rió por aquella confidencia de su madre.
—Tienes los ojos igual que un topo viejo —dijo la pequeñaja. Su hermano rió de una forma tan severa y dejó de masticar los cereales. Estos cayeron por su barbilla de nuevo al cuenco. Beth hizo un gesto de asco.
—No he dormido bien hija —Rellené una gran taza con café. Su sabor me recorrió el paladar y pensé en barro mojado por agua ponzoñosa.
—Yo quiero jugar hoy con la casita… ¿Podemos hacerlo papi, por favor? —Alargó el tenedor en el cual se balanceaba un trozo de tortita a punto de caerse, señalando a la figura luciendo como un gran trofeo ante la mañana. La maldita casa estaba reluciente. ¿Había sido otro de esos sueños el quemarla? Rápido dejé todo aquello que estaba haciendo en la cocina, y me dirigí al lugar señalado. Aquella personificación demoníaca permanecía impertérrita, perfecta. El fuego no había causado ningún desperfecto.
—¿Cómo puede estar esto ocurriendo? ¿De dónde habéis sacado esto, niños? —Me lancé sobre la pila de fregar para ver el cubo vacío, ni cenizas, ni restos rosados de las paredes de la casa. Nada.
El sonido de la puerta y las llaves me lanzó hasta los brazos de la mujer que se sorprendió al zarandearla.
—¿Qué había dentro? —inquirí con los ojos enormes.
—¿Dentro de qué?
—De la basura, dentro del maldito cubo de la basura…
La llevé arrastrando de tal velocidad que conseguí hasta colocarla enfrente de la casa.
—Anoche quemé esto hasta convertirlo en cenizas dentro del cubo de la basura y esta mañana dicen los niños que seguía aquí. ¡Es imposible!
—¿Qué es lo que te pasa? ¿Te encuentras bien?
Me lancé sobre el sillón y escondí mi cara sobre mis manos, recuperando la compostura, me pregunté qué me estaba pasando. ¿Eran alucinaciones? ¿Me estaba volviendo loco?
—Descansa un poco más. Puedes llevarte toda la mañana los niños al parque. Seguro que eso te irá mucho mejor. Y después en mi casa, me explicas qué es lo que está pasando. —Sacó mi rostro de entre mis manos y me sonrió—. Venga niños, terminad de desayunar que luego dentro de unas horas vuestro padre os llevará al parque a jugar un rato.
Los chicos afectados por aquella escena miraron con preocupación a los mayores. Yo solo puede llorar caído sobre el respaldo. Sentía que ya no podía controlar la realidad de mi propia vida.

7
El sol se colaba por las hojas de los árboles tatuando el suelo de bailes de rayos con el leve viento que las iba moviendo. Estaba siendo una buena tarde, pero aun con los niños cerca, mientras ellos jugaban en el parque, no dejaba de seguir pensando en todo aquello que rodeaba a la casa de muñecas. Todos los pensamientos se disiparon cuando una sombra se acercó al banco. Mirando sin pestañear a los niños, en mi visión apareció un sobre de color vainilla.
—¿Has encontrado algo de información?
—No te lo vas a creer… —La sombra se sentó en el banco y pude ver que era Paul vestido con su omnipresente gabardina, casi del mismo color del sobre, un sombrero verdoso de bordes usados y una pajarita marrón que cerraba su camisa blanca—. Es algo muy increíble. Al menos la historia del símbolo. —Miró alrededor suyo para comprobar que nadie les escuchara—. ¿De verdad la conseguiste en un simple mercadillo de garaje?
—¿Qué es lo que has encontrado? —Mis ojos seguían fijos en los críos. Podía sentir la expresión de mi rostro quieta y hierática, una roca. Pero en mi campo visual se deslizaron las imágenes sacadas del enorme sobre: facsímiles, fotografías y fotocopias.
—En el siglo XVI un monje fue descubierto ahorcado con sus propias tripas en la celda donde se recluían los copistas al anochecer. La orden se encargaba de obtener todas las copias de libros prohibidos por la Iglesia y estos eran investigados. “Para vencer al mal hay que aprender de él” rezaba su lema. Este monje al parecer se topó con una edición de un viejo libro arcano. Nadie sabía de dónde había salido o por quién fue escrito. Pero al parecer, era una especie de grimorio con el cual, obtener algún tipo de artes arcanas.
»Esa fue una de las primeras pistas que encontré, al ser algo de la cristiandad era más fácil toparse con ello, pero hay más. Durante toda la historia se ha ido proclamando con diversos nombres una especie de culto sobre esto…
Entre mis manos, reposaba una hoja con la fotocopia de un dibujo muy similar a los de los libros del periodo de la Edad Media. Sobre fondo blanco estaban dibujadas en tinta negra dos figuras. Una joven desnuda con algunos cortes en sus pechos y estómago gritaba atada a un poste, de su sexo parecía nacer un bebé pero era más similar a la silueta de una sombra, un gran borrón. La otra figura, a la derecha en la imagen, tenía una pinta extraña. Era una mezcla entre un monje y una especie de mago clásico, raro de explicar. El dedo de Paul señaló a esa figura diciendo:
—Este personaje se llama Guillermo de Toulousse, al parecer era un franciscano que se fue directo a la excomunión por causa de unos estudios. No es «el monje de los intestinos» pero este al parecer según crónicas apócrifas, dio con algo importante. Dicen que las teorías que tuvo, e iba promulgando, fueron debidas a unas visiones que tuvo. Todas ellas las escribió y editó de forma escondida en… —Colocó otra imagen en mis manos— el «compendio de la vida más allá del abismo del tiempo» —me tradujo del latín que había en la portada—. La obra es una locura de sueños y diversa apología sobre la maldad, sadismo y escenas horrendas. Pero mira esto. —Por encima de la cabeza de Guillermo había dibujado una especie de estrella, aunque se asemejaba más a una ruptura en el cielo, algo que mi mente la mezclaba con el sexo de una mujer, pero de ella aparecían más de aquellas sombras.
—¿Adorador del Diablo?
—No. La Raedura. He investigado sobre esto y hay pocos escritos oficiales que hablen de todo. Pero una gran información fragmentada y si sabes dónde encontrar puedes dar con ella. Guillermo habla sobre un sueño en el cual mientras dormitaba una sombra se acercó y le habló de un poder que podría llegar de otro mundo.
Una imagen más. La página estaba completamente escrita, pero tenía unos enormes huecos entre ellas.
—Es algo muy extraño, en todas las copias que he mirado y consultado con mis fuentes, el libro tiene varias de estas páginas. No es un error de impresión ni creación, nada de eso.
—¿Pero todo esto tiene que ver algo con la casa?
—Sí. Mira esto. Como puedes ver, entre lo escrito se encuentra ese símbolo. Igual que en la obra de Toulousse, quinientos años más tarde.
»Alrededor de 1963 en un centro psiquiátrico llamado Rosefield, uno de los pacientes desapareció pero en su habitación se podía ver escrito con sangre:

«En aquella esquina, la raedura me sonríe,
y no puedo hacer nada para que consiga lo que quiere.»

»Junto a aquello, estos dibujos. Sí, exacto, iguales que el sello de la casa de muñecas y los que hay escondidos entre la obra de Guillermo. Es algo curioso, estudiosos de toda esta mitología han hablado sobre que este tipo de culto se extiende casi hasta el principio de la escritura. Incluso muchos inciden en el hecho de que se han encontrado dibujos de «la raedura o Raedura» en algunas cuevas rupestres del África.
»Al parecer, esas sombras que cita Toulousse saliendo de esas mujeres poseídas, son las atlantes o la vanguardia de esa enorme brecha, siendo esta última una Raedura, algo así como un portal a un mundo de pesadilla. Las sombras, raeduras, sirven para hacer las condiciones idóneas para que se abra el portal y también pueda llegar aquí el mal o una infinidad de monstruos y locura. También he visto representaciones citando a la Raedura como un gigantesco monstruo de humo con extremidades viscosas semejantes a un pulpo. Pero he encontrado pocos dibujos de esto. En algunos textos los símbolos arcanos se cuentan por docenas y aunque la escritura es muy difícil de transcribir, he podido contar nombres como: Magglers, Phelketh, Yralia o Sh…
Antes que pudiera terminar mis labios se movieron con aquel mismo nombre: Shazaar, sentencié.
—Exacto.
»Un escritor sentenció, en su reclusión en el psiquiátrico Rosefield, que el director de la institución estaba poseído por una de estas formas y que se hacían con tu piel y se vestían con ella como un mero traje o disfraz.
Miré la noticia de un viejo periódico: «EL ESCRITOR JAMES MATHEWS DESAPARECIDO AL SER INGRESADO EN EL SANATORIO ROSEFIELD»
—Quizás hayas encontrado algún tipo de juego macabro en torno a todo esto. Pero en vista de todo lo que les ha pasado a la gente que ha sido relacionada con la Raedura, es mejor mantenerse al margen. —Me dio toda la información de nuevo guardada en el sobre y se despidió tocándome el hombro—. Cuídate mucho viejo amigo.
Con tales revelaciones en mi cabeza, seguí mirando a los críos reír y jugar. Si quería llegar al fondo de todo esto, debería saber qué era lo que estaba pasando y por qué a nosotros.


Ante la pared del estudio se reunían como un rompecabezas enorme los dibujos, fotocopias y todo el material que Paul me había enseñado. Me sentí frustrado por no poder conseguir ver el resultado que mi mente esperaba. ¿Qué es lo que aquello podría representar? La historia, el tiempo, las leyendas y locuras del monje se mezclaban en mi mente: Dibujos arcanos, puertas, ritos, locuras, Rosefield… desmembraciones, asesinatos, locos, psiquiátricos, pacientes ahorcados… Nada de todo ello parecía tener sentido, salvo la mera locura en infinidad de historias arcaicas. ¿Mito o verdad? ¿Locura o realidad? Obcecado en ver algo en la aparente mezcolanza de todo, me enfadé lanzando contra la pared un conjunto de hojas que estaba intentando resolver. Una lluvia de papeles inundó toda la habitación y dejó charcos de imágenes pixeladas, dibujos y cuadros grotescos. Algo en mi interior captó por fin la verdad de todo aquello y en una actitud frenética, empecé a ordenar cada grotesca imagen para configurar una estrambótica figura de manchas, formas y uniones entre cada hoja. Mirándolo desde la distancia a aquello, por fin di con esa tan temida respuesta: el dibujo de la puerta se forma en el conjunto de cada dato que Paul me había deslizado. Pero en las formas rectangulares de aquello, se vislumbraba una forma ofensiva para la visión, una especie de tajo o abertura en la piel de la realidad, algo que la mente la configuraba como una vagina, por la cual aparecían retorcidas formas pulposas. Era imposible que parte de las crónicas de un monje del siglo dieciséis, un pobre paleto italiano y los aires de grandeza de un viticultor francés tuvieran relación a pesar del tiempo que los separaba. El grotesco ser que podía ver desde la lejanía era el resultado de una pesadilla de una mente enferma. ¿Acaso yo había caído en poder de esa enfermedad? La locura del miedo. La vanagloria de la Raedura.

8
Después de todas las revelaciones que había tenido con respecto a aquella cosa maléfica, me decidí por obtener información de lo que creía sería la fuente más fiable.
La casa estaba solitaria. En algún punto cercano a la acera, clavado en el césped, había un cartel de venta del inmueble con un gran nombre en rojo y blanco de la compañía que se encargaría. La única vez que había visto esa casa era días antes con toda la algarabía del mercadillo de venta y ahora el silencio sepulcral se convertía en una escena de un cementerio.
—Tuuú —se oyó desde el interior de la casa. La imagen de un viejo rostro tras una cortina se ocultó y una anciana furibunda intentó salir propelida por un viejo andador con unas chirriantes ruedas—. Has sido tú el que te has llevado mi casita lo sé.
Desde atrás, una joven carcelera agarró a la anciana antes que esta se cayera por las escaleras hasta el césped. Mi mente imaginó como en un mero traspiés su cuerpo sería empalado por la señal de venta.
—Vamos Granma, deja a ese señor en paz. —Intentaba agarrar a la anciana que seguía mirando muy enfadada hacia mi persona. Anclado como un Prometeo al enorme árbol de la acera.
—¿Usted es quien…? —La joven respiró aliviada cuando pudo desasirse de la abuela y me miró. No era la misma chica que estaba en el mercadillo. Esta joven era de cabello moreno terminado en una coleta, metro setenta con una ajustada camiseta gris y un atuendo de sport. Cruzó los brazos ante la pregunta.
—¿Se llevó la casa? —Sentencié rápido mi error ante la mirada de la anciana que se iba ocultando en el interior del inmueble. Una chica rubia le ayudaba a entrar obligándola decididamente.
—QUIEN compró —recalcó—, recuerde que dejó una gran suma de dinero, según dijo mi hermana pequeña.
—Bueno, al principio me pareció una adquisición perfecta. —Intenté sonreír como si fuera un vendedor ante una venta de gran comisión, pero se vio reflejado en sus ojos que no lo estaba haciendo demasiado bien.
—¿Ha empezado, verdad? Los vio…
—¿Qué es aquella cosa? ¿Por qué tiene esos muñecos tan grotescos? ¿Y cómo es la misma exacta visión de… —Señalé con la mano derecha a la fachada de la casa— vuestra casa?
—Señor…
—Mi nombre ahora no importa. Solo quiero saber la verdad
—Demos un paseo. Le contaré una historia.

9
La calle estaba apacible, y el fresco aroma del césped cortado de los vecinos, traía la paz a mi mente mientras aquella joven me relataba su historia:
—Mi abuela era una joven, muy bella, que conoció a mi abuelo en mil novecientos treinta y cuatro. Estaban estudiando en la universidad y el joven le pareció un chico muy apuesto e inteligente, pero ella no tenía tiempo para convertir su vida en un amorío y dejó pasar la oportunidad de conocerle mejor.
»Años más tarde, ya terminada la universidad, se volvieron a encontrar por cosas del destino, siempre nos ha dicho. Y aquella vez sí dejó que el chico la cortejara. Trabajaba en un pequeño periódico The Silent Observer y conformaron una relación que se pausó algunos años mientras mi abuelo terminaba la tesina sobre mitos antropológicos. Hizo un viaje de algunos años a Europa y América del Sur, cuando volvió a la ciudad decidió que era momento de pedir matrimonio a mi abuela y se casaron después de formalizar los preparativos para un futuro. Ya sabe, dinero, casa…
»Mi abuela nunca dejó de seguir trabajando sobre todo porque las historias que llegaban de Europa y la inminente guerra hacían que cada vez pudiera afianzarse su faceta de escritora y periodista en el Observer. Esto no le importaba a mi abuelo, debido a que él era muy adelantado a su tiempo; así que la vida marital como las otras parejas se fue postergando. Más aún cuando Estados Unidos entró en la contienda y mi abuelo decidió ir a cubrir el incidente unos meses antes en Inglaterra. Volvió muy cambiado. El conocer de primera mano todos aquellos horrores hizo que mi abuelo cambiara la visión del mundo.
»Los años pasaron y llegó mi madre. La pequeña les trajo un cambio drástico en la vida de la familia. Mi abuelo empezó a investigar para sus libros —ella sonrió al olvidarse comentarme qué había con la guerra, dado un vuelco a sus investigaciones antropológicas y estas se volvieron mucho más oscuras. Debido a lo visto en los campos de concentración, o las ideologías mágico-fascistas del Führer—; toda esa parafernalia de la magia que rodeaba al fascismo alemán. Hasta que se zambulló demasiado en aquellas historias y no pudo pensar en otra cosa.
»Durante unos meses, le ingresamos en un centro psiquiátrico y fue ahí donde al parecer se recuperó. Meses después de llegar a casa se volvía a comportar de la misma manera y las historias volvieron. Su comportamiento cambió terriblemente, se volvió huraño, ermitaño…
—¿Qué tipo de historias? —La pregunta le sonrojó. Quizás no estaba preparada para contar a un extraño, aquello que había guardado su familia durante tanto tiempo. Pero pude ver en sus ojos, que necesitaba contarlo.
—Nunca lo hemos sabido con certeza. Pero encontramos diversos manuscritos en los cuales de svariaba sobre diversos temas. Podría enseñárselos si desea. Los tengo en casa.

Me resultó sorprendente cómo cada estancia de la gran casa era una copia exacta de la pequeña casita de muñecas. Todo se había magnificado al parecer. La chica me llevó al desván un pequeño habitáculo el cual curiosamente no estaba especificado en la casita. Entre el polvo y la oscuridad, solo vencida por una tenue y ensuciada bombilla, encontramos los libros y diarios de las investigaciones del abuelo.

«Desde hace mucho tiempo, he conseguido averiguar que aquellas cosas que una vez pude ver en el campo de batalla, alzándose como monstruos del mismo infierno convocados por un loco, son tal reales como las mismas sombras que están ancladas en las paredes mientras escribo esto.»

Comprendía cada palabra que estaba leyendo, todo se estaba mezclando con mis sueños, pero con la luz mortecina seguía inmiscuido en cada letra. Era vislumbrar mi futuro atrapado en las pesadillas de un loco.

«Habéis de saber que no he sido el primero en ver todo esto. Sino uno más de todos. Esto ha contrariado mi mundo. Entender que hay más como yo, que pueden tener el poder de la convocación me resulta por una parte demasiado temeroso para con mi familia. Ellos nunca se han merecido todas estas cosas. He estado maldito mucho antes que mi esposa me encontrara. Pero ahora, reflexiono en esta lucha contra ese deseo de saber qué es lo que contemplé en Europa, entre las ruinas de un mundo devastado, cada vez que veo la sonrisa de mi hija y la felicidad de mi esposa. Por ello, creo que tengo que acabar con todo de una vez. Llegar al final de toda esta investigación…»

—Esas anotaciones siguientes al parecer son de los primeros meses cuando nació mi madre. Su locura se exacerbó y no salía de este sitio. A veces mi abuela dice que por la noche podía oírle hablar desde el techo y andar con pasos acelerados. Incluso una vez podía sentir como dialogaba con algo.

«Dios, qué he hecho. Es horrendo aquello que he conseguido terminar. Su sed voraz de sangre. Me he equivocado. He creído que aquello que se escondía tras las sombras, podría ser vencido aprisionado y usado pero ahora todo está mal. He sacado a la luz un poder que el hombre no puede conocer salvo como resultado de la locura.»

Pasé las hojas de los viejos libros muy rápido, buscando más información, comprendiendo por momentos todo ese inicio en la locura de una persona demasiado obsesionada con algo. La rugosidad del viejo papel, el amarillo de sus páginas, la tinta negra marcada en la urdimbre de cada hoja con dibujos arcaicos. Todo me empezaba a burbujear en la cabeza, datos y más datos sobre aquellas fantasías que yo cada vez daba por ser menos irreales.

«Mis estudios han conseguido que aquello que reside en esta parte de la casa, pueda ser encerrado en una pequeña versión de ella. Quizás con esto pueda resarcir todo lo que esa cosa venida de la sinrazón ha traído a nuestra familia.»

Es aquí cuando comprendí qué era aquella casa. El viejo había conseguido traer a este mundo una de aquellas cosas y sin saber qué es lo que traía, no pudo con tal poder.

«Todos estos años he estado obcecado en un error que creía que era el resultado de algo bueno. Solo puedo hacer una cosa contra eso…»

—... solo puedo hacer una cosa contra eso. El suicidio. Ja, Ja, JA.
Una voz detrás de nosotros terminó la frase que había escrito. Los dos nos dimos la vuelta para ver quién podía ser. Asustados miramos a la anciana abuela que se encontraba de pie, sin la ayuda de ningún andador, pero la forma de erguirse era más como una marioneta, sus hombros levantados como si tuviera cables invisibles y la cabeza medio ladeada.
—Tú fuiste elegido y gracias a ello podré vivir más allá de este cuerpo caduco.
—Lo... lo… lo siento —sentenció la joven apartándose—. Éramos nosotros o tú. Cuando dejamos la casa fuera, sabíamos mucho antes que estarías por allí. Algo nos lo dijo, alguien nos lo corroboró.
—No le llaman topo por ser solo un viejo librero. —La sonrisa de esa marioneta de carne era tétrica, torcida, extraña, como si el portador ya no controlara las facciones. Y lo comprendí. Toda la información que me estuvo seleccionando Paul no era algo que pudiera sacar en unos simples días. Fui el objetivo perfecto de todos.
No pude más que gritar al comprobar toda la verdad, cuando la piel de la anciana se desgarraba para dejar paso a un interior vacío, infestado de horror y locura en forma de sombra que se abalanzó sobre mi cuerpo.



4 comentarios:

  1. Una historia repleta de locura bien demencial, con datos que el autor va entregando de a poco al lector, manteniendo el suspenso y la intriga hasta el final.
    El horror y la sangre no pueden estar ausentes en tus relatos, William, y «Casa de muñecas» no es la excepción. Tu habilidad al respecto otra vez se pone de manifiesto, y esa redacción en primera persona potencia aún más la cuestión, llegando hondo al lector.
    Un cuento amplio en su extensión, pero muy llevadero por todo lo mencionado.
    Disfrutado de principio a fin.
    ¡Te felicito, Sir Fleming!
    Saludos...

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  2. tremenda historia william!!! la casita de la locura...
    bravo!!

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  3. William, una de la mejores historias que he leído en mucho tiempo. Impecable. Como un buen guión cinematográfico de Stephen King!!

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