miércoles, 30 de octubre de 2013

Insomnio



Por William E. Fleming.


Una noche sin poder dormir hizo que todo ocurriera de forma imprevista. Los ataques de insomnio, cada vez eran más frecuentes y casi nunca funcionaba el dar un paseo nocturno, y tomar algún café a la salida del sol en un «drive in», con su pijama de franela de colores chillones.
Pero en su ebriedad sin sueño, aquella noche cambió su vida. Un atracador nocturno, un drogata en busca de dinero fácil, entró en la soledad del restaurante y disparó ante la locura de la joven chica, que se encargaba de las noches.
Cuando las balas cayeron de su pecho arrugadas, sintió que ya no era humano. Ahora comprendía la carta que ocultaba su padre tras un cuadro donde ponía su adopción y aquella extraña piedra verde enterrada en el granero.


miércoles, 23 de octubre de 2013

Sondra



Por Laura de la Rosa.


La mujer, muy distinta a ella, apareció en su casa, tenía la mirada vidriosa, y unos papeles en la mano. Al acercarse a la puerta respiró hondo, como si fuera a tomar impulso para despegar a un estado desconocido.
Dos fueron los golpes, certeros, en el centro de esa masa de madera rústica que la separaba del mundo. Cuando Sondra abrió, y la miró a los ojos, supo que algo importante iba a pasarle.
La mujer sin mediar saludo comenzó a relatar su historia, los papeles que le mostraba desde el umbral daban cuenta de cada una de sus palabras. Estaba nerviosa y tenía la voz entrecortada. Con una catarata de emociones recorrió los últimos seis años de su vida. Acompañó sus dichos con llantos apagados. Con desilusión y momentos de mucha ira.
Fotos de viajes, traía consigo, una libreta roja con letras doradas y la leyenda: registro civil. La partida de nacimiento de varios niños donde estaba su nombre completo y su DNI, era legal, eran sus hijos. El contrato de alquiler de una casa y cartas de amor, muchas cartas de amor.
La historia cada vez le resultaba más triste. Sondra permanecía en silencio, no sabía si llorar, no porque sintiera deseos de hacerlo, sino al menos para hacerle compañía a esa mujer que no entendía lo que pasaba y sufría verdaderamente.
La invitó a entrar. Su casa por lo que pudo saber, era muy distinta. La mujer tomó un vaso de agua y se quiso retirar, Sondra intentó retenerla pero fue imposible. Tomó sus papeles, los colocó en una cartera negra que traía y se fue.
Tenía un andar pausado, era la imagen de la derrota y el fracaso. Se fue sabiendo que lo que había sido el proyecto de su vida se terminaba con una verdad. Lo que había imaginado como el perfecto estado era parte de una orquestada mentira.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Valerie



Por Sebastián Elesgaray.


Trepaba por las cuerdas como si sus dedos terminaran en más dedos. Se movía con gracia cerval, como si tuviera miedo pero lo controlara, a punto de dar un salto mortal pero sencillo. Su vestido de estilo victoriano flotaba como si estuviera en el agua; se mecía, tal vez el aire fuera maleable a su alrededor. Además de todo tenía una sonrisa en su rostro. En realidad, se reía. Apretando los dientes, marcando sus pómulos, estirando las comisuras hasta el final de las mejillas.
Valerie estaba donde menos le gustaba.
Arriba de un escenario.

De niña nada le había salido muy bien.
De adolescente menos.
Cuando se olvidaba de la secundaria y migraba a la adultez, apareció Philip.
Tipo alto. Ojos grises. Tez olivácea. Cabello oscuro y peinado hacia atrás con gomina. Campera de jean algo rota. Pantalón de franela azul oscuro, casi negro. Zapatillas de color indefinido por el uso (probablemente eran blancas). Ese era Philip. Y se le acercó en un bar, donde ella trataba de concentrarse en un libro enorme siguiendo las aventuras de un tal Kvothe.
¿Sabes leer?
La pregunta la tomó desprevenida, el instinto básico le hizo levantar la vista con recelo.
¿Cómo?
Hola dijo el extraño mientras se sentaba frente a ella, me llamo Philip.
Y extendió su mano.
Valerie miró alrededor, buscando posibles escapes o tal vez ayuda, por más que le apenara un poco pedirla.
Hola contestó casi en un susurro, limitándose a mirar la mano extendida sin estrecharla. Philip la bajó sin perder una sonrisa que no mostraba la boca, tan solo los labios.
Bueno, entiendo.
El muchacho se la quedó mirando fijo, y cuando Valerie creyó que su voluntad no le permitiría aguantar más esos ojos grises, habló:
¿Qué quieres?
¿Qué quieres?
La réplica la desconcertó. Aferró el libro con más fuerza, los nudillos se le pusieron blancos enseguida. Sintió las axilas húmedas, y se sumó un temblor leve en las rodillas.
—Vete. No sé quién eres.
Philip apoyó los codos en la mesa y se acercó todo lo posible sin levantar el culo de la silla.
—Sabes quién soy, sabes lo que quiero, sé lo que quieres tú. ¿Cuánto vamos a hablar?

miércoles, 2 de octubre de 2013

Escape inesperado



Por Mauricio Vargas Herrera.


—Hey, deja mi camisón.
El animal maulló aferrado a la tela amarilla.
—¡Te dije que lo soltaras! —dijo el niño calvo tirando de su camisón. El gato de enormes cachetes se fue para atrás y dio una voltereta de gracia.
—¿Por qué te tomas tantas molestias con ese maldito camisón?
—Qué te importa, gato del demonio.
—¿No te da vergüenza andar así por las estanterías?
—Por qué, ¿por mi camisón? No seas imbécil. Jamás me avergoncé cuando salía en los diarios, mucho menos lo voy a hacer ahora.
—Ah, cierto que eres un pobre anciano con cara de infante, y además pelón. Siempre he creído que eres un maldito pervertido también. Apuesto que no hay nada bajo ese camisón tan sucio y chillón que te gusta llevar. ¿A quién se le ocurre usar un color tan asqueroso? Payaso.
—Mi camisón no está sucio, es el rastro de la tinta sobre la tela a través de todas estas décadas. Y el amarillo… supongo que tiene que ver con mi fino sentido del humor. Pregúntaselo a mi creador.
—Tengo más humor yo en una de mis uñas que tú en todo tu asqueroso camisón, y sé de lo que hablo.
—Tú no sabes nada, solo eres una alimaña ignorante que únicamente sirves para afilarte tus humorísticas garras mientras piensas cómo robar los chistes de otros.
—¡Eso es una vil calumnia! ¿Quién te crees, hijo de puta?
—Yo no me creo nada, soy El niño amarillo, te conozco, solo eres una copia barata que le robas los chistes a Mafalda. ¿Ves a ese tipo disfrazado de murciélago allá discutiendo con el oriental que tiene la aureola sobre su cabeza de helecho? ¿Ves a ese niño calvito con cara de perdedor paseando a su perro blanco? ¿Ves a ese vaquero  allá tirado hablando con el enano bigotón del casco alado? Míralos a todos ellos y mírate a ti. Yo fui antes de ustedes y creé buena parte de los cimientos del universo donde viven. Tengo la autoridad de hablar, pero no lo hago porque no soy tan impertinente y engreído como tú. Cuando dejes de plagiar e inventes tus propios chistes puedes intentar agarrar mi camisón de nuevo, pero te aseguro que vas a sentir mi pie en tus enormes y horribles bigotes antes de tocarlo.