miércoles, 24 de septiembre de 2014

Ritos




Por Bibi Pacilio.

¿A qué he llegado? A un completo fracaso. Los enemigos y la mala suerte me
han perseguido sin cesar…; cuanto más avanzo más me hundo; muchas
personas encuentran protección porque se manifiestan débiles y saben cómo
pedir ayuda. A mí nadie me ha protegido porque me consideraban fuerte y
porque he sido demasiado orgulloso. (P. Gauguin)

“Despertarme en medio de la noche ya no era extraño para mí. La almohada vencida cayendo desolada sobre el piso, los pies marcando silenciosos la madera blanca, el café oscuro flotando en la taza verde, la noche sin alma desganada, a la misma hora de siempre, arrinconada en el mismo lugar.
Busqué entre los fantasmas conocidos el personaje justo, el vendedor de sueños que en la mañana había intentado ofrecerme su mejor traje, el picaflor detenido en su aleteo sin alma, quizás el sol que hacía tanto tiempo que se mantenía oculto de la lluvia… El hombre desnudo que escribía las paredes, el poeta maldito acuchillando letras, el loco, el cuerdo, el romántico, el perverso, el hacedor, el cobarde… Pasaron todos sin detenerse en un noctámbulo desfile de figuras desteñidas, hasta que ella se metió sigilosa en mi cuerpo y lo arrastró sin piedad hacia su orilla, liberándose así, en la mordaza de mis letras”
Culpa de la piel mestiza —le había dicho él antes de pintarla por última vez, antes de que el vientre pequeñito se le hinchara y la repulsión ocupara el lugar de aquel último deseo.
La llevó a la cama después y como si quisiera expulsar esa semilla que acababa de anidar entre sus lienzos, apretó con furia sus entrañas hasta sentirlas arder.
Como aquel rayo que al llegar en medio del delirio siguió quemando sus pezones oscuros, como los labios rojos capaces de encender el beso, como los ojos ardiendo sin hoguera, como la noche y el día en una lucha primitiva… La vistió, lavó con agua fresca las llagas del olvido y a la hora señalada la entregó al designio.
¡Tantas llamas prendidas para ella! ¡Tanto infierno de vuelta del infierno!
Y una sola lágrima para él… La única antes de tocarse el vientre con las manos, atravesar la arena, dejar morir la piel entre las llamas. De nuevo, otra vez, entre sus lienzos .
“Ya es la hora. Perdón mi amor… Hay ritos que son necesarios.”
Sofía era mayor de edad. Se supone que escribía bajo los efectos del alcohol, se supone que estaba embarazada, se supone que no había nadie en su casa cuando se quemó viva.


miércoles, 10 de septiembre de 2014

Poema Paranoico




Por Laura de la Rosa.


No crean que lo que voy a contarles es un invento,
pero la verdad es que hasta mi me cuesta creérmelo.
Me persiguen, todo el tiempo.

Los hombres que venden helados en las esquinas, los mimos,
y los malabaristas de fuego.
Inclusive los plomeros que están arreglando un caño maestro.
Me persiguen las mujeres que simulan ser maestras
y pasean esas tardes de primavera con niños pequeños.
Y los que trotan por Palermo o sacan a mear a sus perros.

Me persiguen los barrenderos, los veo por las mañanas
cuando salgo, me sonríen mientras pasan por la calle.
Y el colectivero o el que vende turrones en el tren.
También las empleadas del banco, mientras sellan
los papeles y se los entregan a las viejas.
Y los bicicleteros que todavía inflan ruedas por un peso.

No crean que lo que voy a contarles es un invento,
pero la verdad es que hasta mi me cuesta creérmelo.
Me persiguen, todo el tiempo.

Me persiguen los irónicos, los talentosos y los fracasados
que detentan su falta de poder en frustraciones.
Y los políticamente correctos y los incorrectos.
También los mayores, los longevos, los jubilados,
las niñas de polleras rosas y moños en la cabeza.
Y los que aún no saben que hacer con sus vidas.

Me persiguen esos hombres que valen la pena,
los que me cruzo en las esquinas cuando busco el amor.
Me persiguen los que amo y los que odio.
También mis pensamientos más profundos,
mis revelaciones, mis fantasmas.
Y sobre todo, me persigue lo que soy.


miércoles, 3 de septiembre de 2014

Día de cambios




Por Sebastián Elesgaray.

Día de sol sin nubes. Poco viento. La temperatura debe estar a veintidós, veintitrés grados. Es uno de esos días en los que agradecés el haberte levantado temprano para poder disfrutarlo, donde sentís que las cosas pueden cambiar, salir como uno quiere. Me pasa por al lado una chica con una pollera justo arriba de las rodillas y sonríe. Le devuelvo el gesto y sigo caminando. Un señor hamaca un maletín en su mano y silba una melodía que conozco pero a la que no le puedo poner nombre. Antes de darme cuenta la estoy silbando. Sigo sin descifrar el título de la canción, pero me gusta. El reflejo de un parabrisas me obliga a entrecerrar los ojos. Voy a tener que acordarme más seguido de salir con los anteojos de sol. Estoy llegando a la esquina y noto más adelante a una anciana con un bastón. Camina como si para ella, el tiempo fuera una metáfora de algún poeta fantasioso.
Entonces dobla una moto.
Por la vereda.
Por la misma vereda en la que camino yo.
La anciana se hace a un lado por más que no hay riesgo de que la choquen. Balbucea un grito al conductor, que lleva un casco azul oscuro y una campera gris. Este no le presta atención y sigue. Cuando se me acerca le digo:
Flaco, ¿es necesario por la vereda?
Me muestra el dedo medio.
Asiento.
La anciana todavía mira la moto como si fuera algún vehículo de ciencia ficción. Le sonrío y doy media vuelta. Veo que el motociclista frena en la entrada de un local de computación y se baja. Sin sacarse el casco, acomoda un candado en la llanta.
Hola digo acercándome, se la podrías haber puesto a la señora. ¿Qué necesidad tenés de venir por la vereda?
A través del visor polarizado no puedo ver sus ojos, pero sé que me mira con fastidio. No me contesta y sigue ajustando el candado.
Flaco, te estoy hablando.
Se para. Mide, fácil, quince centímetros más que yo. Tendría que haberlo deducido por la relación entre semejante moto y su físico. Tomo aire y me digo que no me importa. Trato de sonreír.